— Comisario, llegó el informe de la autopsia de Grünebaum. — Gracias, Cáceres. El informe no dejaba dudas sobre la causa de muerte. Una de las dentelladas afectaba fatalmente la región del cuello; otra, había perforado la arteria poplítea de la pierna izquierda, provocando una hemorragia que lo hubiera matado de todos modos. Había marcas y desgarros en los antebrazos y muslos, señal de que Grünebaum había intentado defenderse. La sangre encontrada en el lugar pertenecía tanto al muerto como a los animales. Fin del reporte. ¿Y los perros? Llamó al forense, que casi lo mandó al carajo al preguntarle por los animales. — ¿Qué se cree, Martello, que no conozco mi trabajo? — Pero podría haber algo que... — Mire — el otro lo paró en seco—, las autopsias las ordena el juez, ¿cierto? Hice lo que debía hacer y más. Los bichos no son asunto mío y si correspondiera hacer algo, cosa que dudo, eso tiene que dictaminarlo el juez. Y yo no soy veterinario — Lynch casi no le dio tiempo