La cucaracha entró en el campo visual de Martello por el lado izquierdo: primero, las antenas temblorosas y después, una pata inquisitiva, tantearon el terreno. La audacia del bicho hizo que el comisario dejara el teclado para apreciar al ejemplar. Los misteriosos sentidos insectiles le dijeron a la cucaracha que podía avanzar por el borde del monitor sin correr riesgos inmediatos y se lanzó a una carrera impecablemente rectilínea. Martello la miraba con esa fascinación atroz que provoca lo monstruoso. Brillante, charolada, microcefálica de cuerpo desproporcionado y enorme, era digna de un museo de Ciencias Naturales.
Quién sabe si los escarabajos sagrados egipcios no serían
cucarachas, fantaseó. Un bicho tan persistente, eterno
receptor de los chancletazos de la Historia, al decir de García Márquez, el
sobreviviente por antonomasia merecía la adoración de alguna secta oculta y
subterránea. Esperó a que la Matusalén de las cucarachas se bajara del monitor
para sacudirla del escritorio con un expediente y propinarle el correspondiente
certero pisotón. El bicho hizo ruido a cáscara de huevo y una sustancia
blancoamarillenta apestosa se esparció alrededor del ¿cadáver? ¿Cuerpo?
¿Los insectos tienen derecho a tener un cuerpo muerto o
un cadáver?
Pateó los restos malolientes del bicho lejos de sí y volvió a la pantalla. "Las brigadas caninas de las SS"; "Brigadas caninas paramilitares nazis durante la 2° Guerra Mundial"; "Rangos e insignias de la Schutzstaffel (SS)". "Registro Nacional de Migraciones". Guardó las páginas en un disquete para seguir trabajando en casa. Eso había sido fácil. Lo que seguía, no tanto. Los Registros Civiles dan información, cierto, pero no así no más, no señor. Hay un procedimiento. Y aunque se trate de una investigación policial, el procedimiento debe cumplirse porque para eso está. El jefe-primero-de-dos-empleados-cadete de la oficina del Registro Civil de la ciudad había puesto la cara de culo reglamentaria — ¿o procesal?— ante el pedido de informes.
— Va a tardar...
— No hay problema.
Vuelvo cuando usted me diga.
— Y... Venga el
viernes. — Era martes.
— Bueno. Hasta el
viernes.
Y mientras tanto,
podía hacer otro pedido de información al Registro Civil correspondiente al
domicilio del juez Litvik. Por supuesto que más elíptico que el primero, simple
y directo.
De vuelta del
Registro, entraba a su oficina pensando en cómo formular el dichoso pedido de
informes y se encontró con una manifestación de hormigas que descendía desde
una rajadura en la pintura del techo y se apelotonaba formando una montañita
viviente, allí en donde había estado la cucaracha.
La puta que las parió, ni que hubieran venido al velorio.
Pidió insecticida y
cuando Bustos llegó con el tarro de aerosol y vio la escena, lo amonestó.
— ¡Pero jefe, cómo
la va a matar en la oficina! ¿No ve que ni bien hay un poco de calorcito, las
hormigas andan como locas? ¡Están desesperadas buscando comida!
— ¿Y qué quiere que
haga, Bustos, que críe cucarachas para que no entren las hormigas a comérselas?
— ¡No, jefe, no!
Tiene que abrir la ventana, nomás. Son de las voladoras. Se van y listo—
aseguró Bustos con saber popular.
Ahora el piso de la
oficina estaba regado de miguitas negras retorcidas, esparcidas alrededor de
una cucaracha aplastada y a medio devorar. Pidió que alguien viniera a limpiar
y miró la hora: tenía que encontrarse con del Río en las oficinas del canal de
cable. Avisó que salía y que podían localizarlo con la radio o el celular.
****
Lo que pomposamente
la secretaria de CableStar llamaba "despacho del señor director", era
una pecera con cortinas "Miniband" y puerta-placa enchapada en
imitación roble, con un rectangulito de bronce que señalaba el nombre y cargo
de su ocupante. La secretaria abrió la puerta y le cedió el paso, mientras
Lauro González — Martello ya había descartado el "del Río" — hablaba
por teléfono haciendo gestos ampulosos.
Haciéndose el hombre de negocios importante. El viejo
truco, ¿eh?
González cortó
entre promesas de llamados y encuentros futuros y lo saludó.
— Tome asiento,
comisario. Gracias por molestarse en venir hasta acá, pero tengo una agenda tan
apretada...
Apretada debajo de las otras carpetas, querrás decir.
Farabute.
El epíteto que
Magda le había dedicado a González le pareció de lo más adecuado a la ocasión.
— Qué bueno que
haya venido, comisario — González atacó sin avisar—. Me gustaría hacerle una
nota sobre el operativo de prevención para la temporada que viene.
— Bueno, los
comisarios regionales estamos terminando la planificación...
— Excelente — el
otro interrumpió—. ¿Será posible un adelanto?
— Seguramente habrá
un comunicado de prensa a nivel provincial....
— Pero sería bueno
que la ciudadanía local esté en conocimiento tan pronto como sea posible...
— Estoy dispuesto a
ofrecerle un panorama pormenorizado, relacionado con nuestra localidad. Debemos
mantener informada a la población acerca de las medidas de seguridad, pero
usted comprenderá que debo respetar el protocolo interno de la fuerza— se dio cuenta
de que hablaba en tono "oficial" y no quería que el encuentro
derivara para ese lado —. Mi visita de hoy tiene que ver con cosas más cercanas
— casi dijo "inmediatas" y se contuvo a tiempo: no quería que
González se sintiera presionado, no todavía.
— Bueno, lo
escucho. ¿Tomamos un café?— González llamó a la secretaria mientras se
arrellanaba en su sillón giratorio, que crujió y chilló debido a la edad. Parece que el sillón del director tiene
reuma.
Lanzó una ojeada
rápida y apreciativa al cubículo: el enchapado de los tabiques había conocido
tiempos mejores; varias plaquetas de bronce grabadas adornaban las paredes y el
polvo adornaba las plaquetas. La única ventana daba a un patio interior y
recibía luz solar porque no había edificios más altos alrededor. El reloj en la
muñeca de González no podía ser otra cosa que una imitación comprada en el
Paraguay, nada más que porque González hubiera tenido que vender todo su
imperio mediático para pagar el original. La secretaria con los cafés
interrumpió la inspección ocular y Martello esperó a que la mujer saliera para
iniciar su interrogatorio.
— Necesito
verificar algunas hipótesis relacionadas con la muerte de Gaudet — el otro puso
cara de circunstancias—. En particular las relacionadas con la causa por corrupción
de menores.
— Gaudet había
salido limpio de esa — González se apresuró a intervenir y a Martello no se le
escapó el detalle.
— Mejor digamos que
no pudieron presentarse pruebas suficientes en su contra — eso lo sabía por
Litvik, que había hecho la instrucción.
— Gaudet no
aparecía en los videos presentados como evidencia— aseguró González.
— Veo que conoce
bien el caso...
— ¿Y quién no en
esta ciudad? — se defendió el otro.
— Menos mal que lo
conoce porque así iremos más rápido. Estuve revisando esos videos— González
esbozó una sonrisita perversa y Martello le dedicó su mejor cara de culo—,
junto con un especialista en evidencia fílmica. La conclusión a la que llegó el
perito es que fueron editados y que se eliminaron escenas. ¿Se dice fotogramas,
no?
— Eso es en cine,
en
— Gracias por la
aclaración. El hecho concreto es que, otra vez de acuerdo con el perito, la
edición fue hecha con tecnología adecuada. Quiero decir, no fue una edición
casera tipo "Cortá ahí y empalmá con la escena del desfile", como una
película de vacaciones en Disneylandia. Para la época en que se grabaron las
escenas, no existían los programitas de computadora que permiten hacer una
edición casera decente, ni había en la región estudios de grabación y edición
de videos, salvo el suyo.
Dijo la última
frase en tono casual pero González acusó el golpe. El rostro se le ensombreció
hasta parecer que las cejas le avanzaban sobre los ojos, y la boca se le torció
en un rictus violento.
— ¿De qué me está
acusando, comisario?
— Mal puedo acusarlo por hechos de una causa
cerrada. Lo que necesito es evidencia que me lleve al asesino de Gaudet. El
crimen es de clara connotación sexual y Gaudet se caracterizó por sus enredos
sexuales, por llamarlos suavemente.
— También tuvo
problemas por negocios inmobiliarios. Se habrá metido con alguna mafia. Están
apareciendo inversionistas inmobiliarios como hongos después de la lluvia y no
todos son trigo limpio — González hablaba demasiado rápido, demasiado ansioso
por desviarse del tema.
— Si se hubiera
metido con alguna mafia inmobiliaria, la ejecución habría sido distinta.
La palabra
"ejecución" resultó ominosa para el otro, que se hundió en el
respaldo del sillón sin abrir la boca. Martello siguió golpeando en caliente.
Y ahí va un farol tamaño Faro del Fin del Mundo
— Y si no me
equivoco, la muerte de Grünebaum también tiene relación con la de Gaudet, y por
los mismos motivos.
A González se le
ensombreció la mirada.
— ¿Entiende porqué
necesito saber la verdad? Si esos videos fueron editados, se eliminó evidencia.
Pero si alguien más está al tanto de ese hecho y decidió a hacer justicia por
mano propia, es imperioso que yo sepa qué pasó para evitar el próximo
asesinato.
No había dudas:
González estaba blanco. Y distraído, porque de otro modo, el "instinto
periodístico" del que tanto alardeaba debería haberlo lanzado de cabeza
detrás de semejante adelanto de las crónicas policiales. Pero no: el director
de CableStar estaba más que moderadamente asustado y no tenía tiempo para
sutilezas. Ante lo cual el comisario Martello, a la cabeza del interrogatorio,
debía deducir que González había hecho algo más que editar las grabaciones.
Así que sos otro de los hijos de puta que participaban en
las joditas.
Hubo una pausa incómoda.
— ¿De veras cree
que lo de Grünebaum...? — González separó y juntó las manos buscando las
palabras.
Martello asintió de
un cabezazo. Y que Dios me perdone las
mentiritas blancas.
Más silencio
incómodo por parte de González: no quería darse por vencido tan fácilmente. Martello tenía que ofrecerle a la rata una
salida honorable.
— No me interesa
reabrir una causa cerrada y archivada, sobre todo porque no creo que a nadie en
esta ciudad quiera revolver el pasado. Excepto al asesino, claro. Pero si
consiguiera, no digo las imágenes, pero sí las identidades de los que quedaron
fuera en aquella ocasión, me serviría para poder prevenir futuras acciones del
criminal.
Ahora hablo como el Jefe de Policía.
Era lo que González
estaba esperando. Demostró algo torpemente su habilidad mediática.
— Puedo... tocar
algunos contactos. Esa edición que usted menciona podría haberse hecho en la
capital. Conozco a varios técnicos de los canales que podrían estar al
tanto...No sé, pasaron unos años...Veré qué consigo.
Martello lo miraba
sin hacer un solo gesto. Ambos sabían que González mentía pero mantuvieron las
formas hasta el final.
— Se lo voy a
agradecer infinitamente — le tendió la mano y la del otro estaba húmeda cuando
se la apretó —. Tan pronto como tenga algo, llámeme. A mi celular, no a la
regional.
González se relajó:
al parecer, no iba a quedar pegado.
Estás pensando cómo hacer para que te crea que vos no
estuviste en las Olimpíadas Pedófilas. Bueno, rompete la cabeza pensando,
cucaracha.
Cuando llegó a la
Regional, suboficiales y agentes rasos estaban en medio de un enfrentamiento
con un grupo de malvivientes camuflados de hormigas, que habían copado el
edificio ingresando por los tomacorrientes y grietas del techo y el suelo. Un
comando en el baño estaba siendo combatido con resultados dudosos. El olor a
plaguicida lo hizo estornudar.
****
Todavía me saludan. No está tan mal.
Al comi anterior lo
habían cambiado de zona — "reasignado comisiones", de acuerdo con el
comunicado de la jefatura — luego de algunas maniobras dudosas con los fondos
de la Cooperadora Policial, formada por vecinos de la ciudad que habían
confiado el manejo de esos fondos al jefe regional. Eso sí: de hacer aparecer
la plata, ni hablar.
Desde su celular
llamó a la oficina del Registro Civil de la localidad de Litvik y después de
una espera de seis minutos, le dieron la información que había pedido. Las
manos le hormigueaban de excitación cuando se sentó al volante y enfiló para lo
de Wassermann.
El veterinario
estaba solo, hojeando un vademécum. Martello no hubiera podido jurar que el
otro se alegraba de verlo. Se saludaron con educación.
— Doctor, ¿le
molesta si paso un segundo a su consultorio?
— Adelante — le
respondió Wassermann, más curioso que irritado.
El comisario señaló
el título de médico veterinario enmarcado y colgado de la pared.
— Su apellido se
escribe con una sola ene.
— ¿Y?
— Que usted se
presenta como Wassermann con dos enes — el otro lo miró inexpresivo—. Por lo
que sé, las dos enes indican origen alemán, y la ene sola, judío.
— No entiendo cuál
es el problema con las enes, comisario.
— El juez de instrucción de este caso es Litvik—
insistió sin responderle.
— El doctor Rubén
Litvik.
— Es judío.
— Comisario, lo
suyo suena muy desagradable y muy antisemita. Y le aclaro que si uso dos enes
en mi apellido es precisamente para evitar que en este lugar me miren como a
sapo de otro pozo. ¿Conoce a muchos judíos por aquí? Seguro que no. Hay
descendientes de indios, españoles, italianos, alemanes, suizos... hasta
siriolibaneses. Pero judíos casi no hay. Sin esa ene de más, posiblemente mis
clientes de apellido suizo o alemán no pasarían por la puerta de mi local, y ni
hablar de los "turcos". No soy un fanático de la sinagoga pero tengo
una familia que mantener, hijos en la facultad...
— Le ruego me
disculpe, no quise ofender su sensibilidad. Nada más me limito a encontrar
relaciones. Es mi trabajo, ¿sabe?, relacionar situaciones que a veces parecen
no tener nexo entre sí. Por ejemplo, durante la investigación encontré que las
familias de Litvik y la suya vinieron de Europa casi al mismo tiempo.
— Después de la
guerra vinieron muchas familias judías.
— Los Litvik se
radicaron en esta provincia desde su llegada. Usted y su familia vinieron desde
Buenos Aires hace unos cuatro años.
— Acá se vive más
tranquilo.
— Sus hijos
volvieron a estudiar a Buenos Aires.
— Viven con mi
madre. Es muy mayor y la verdad, la atención médica de allá es mejor. Los
chicos la acompañan y la bove tiene
alguien de quién ocuparse,— el veterinario sonrió por primera vez.
— ¿Y su padre? —
preguntó Martello con inocencia.
— Murió en un campo
en Polonia.
No hacía falta
preguntar qué clase de campo y Martello no lo hizo, pero se tomó el trabajo de
aclarar que los padres de Litvik habían muerto en un campo austriaco, y que
Litvik había llegado al país con sus tíos paternos. Wassermann sacudió la
cabeza con resignación.
— Yo nací acá. Mi
madre vino embarazada. Soy hijo único.
El trabajo de
ablande estaba hecho: ahora había que empezar a golpear y Martello se tiró de
cabeza.
— Doctor, mi visita
es personal. Necesito aclarar algunos puntos acerca de la muerte de Grünebaum
que todavía me preocupan — el otro abría la boca pero lo contuvo con un gesto—.
El caso está cerrado, pero tengo algunas preguntas. Estuve averigüando sobre
los efectos de ciertas hormonas en los animales. Por ejemplo, a los machos se
les da estrógeno a modo de castración química o cuando se vuelven agresivos.
— Así es.
— Y el opuesto del
estrógeno es la testosterona. O sea que si se le da testosterona a un macho, lo
vuelve más agresivo que lo normal. Con una dosis suficientemente grande o
varias pequeñas pero continuadas, el animal puede volverse ingobernable.
— Cierto.
— Y los frascos de
hormona inyectable son indistinguibles de los de vacunas.
— No si uno sabe
leer, comisario — rebatió Wassermann con ironía.
— Ah, pero yo no me
refería a alguien que no supiera leer o que no conociera el contenido de los
frascos, sino a alguien que supiera lo que estaba haciendo, frente a un cliente
que confía en el veterinario de sus mascotas favoritas.
El otro permaneció impasible.
Hijo de puta, ¿tenés sangre de pato?
— ¿Sería posible,
me pregunto, que un profesional le administrase a un animal una medicación, no
digo errada, sino diferente a la que dice que utilizará? — Martello insistió.
— Comisario, está
preguntando una gansada. Si un profesional de medicina humana o veterinaria
falsea la utilización de una medicación, bueno, estamos ante un delito.
— Exactamente.
Se miraron y
Martello vio en los ojos del otro la omnipotencia que da la impunidad.
Wasermann habia encontrado la manera de cometer el crimen perfecto y se había
tomado su tiempo para hacerlo. Había buscado a su víctima y había esperado con
paciencia de araña a que Grünebaum cayera en la tela que le había tejido
durante cuatro años.
¿Cuatro o sesenta? Toda una vida para encontrar al asesino de
tu padre y del resto de tu familia no está tan mal, si al final lo agarrás.
Pero, ¿justicia por mano propia?
Martello bajó los
ojos primero.
— ¿Alguna vez se
equivocó al tomar un frasco? Involuntariamente, claro.
— Siempre leo las
etiquetas. Son de distintos colores, de acuerdo al contenido. Si quiere puede
revisar mi stock de inyectables— y abrió una heladera llena de cajas con
ampollas de distinto tamaño.
— No hace falta, le
creo.
Estiró una mano y
tomó una caja llena de frasquitos con etiquetas rojas: "Progesterona
animal. Apto para caninos únicamente. No utilizar en felinos. Prohibido su uso
en humanos". "Laboratorios Sabra-Fuchs, especialidad en hormonas
veterinarias". Las demás cajas contenían vacunas, la mayoría, importadas.
Los antibióticos estaban en la vitrina.
Cruzó miradas con Wassermann y observó la nuez de Adán del tipo subir y bajar.
Sos un turro brillante, Wasserman con una
sola ene, pero no te puedo poner las manos encima. No tengo con qué. Y después
de todo, no sé si quiero. La eterna dicotomía entre el querer y el deber...
— Le agradezco su
tiempo, doctor.
— No tiene porqué,
comisario.
"Grünebaum" era un toponímico que
significaba "árbol verde", y "Grünwald", "bosque
verde". Había montones de casos de cambio de apellido al llegar al Hotel
de Inmigrantes, a finales de los '
Los árboles no dejan ver el bosque, sonrió
sin ganas.
Los laboratorios
Sabra-Fuchs exportaban, entre otros países, a Israel.
La finada tía del
juez Rubén Litvik, Bertha, matriarca de la familia, fallecida a los noventa y
ocho años, tenía por apellido de soltera Silverberg. El mismo apellido que la
señora Clara Silverberg viuda de Wasserman.
Había hecho un
meticuloso trabajo de hormiga, buscando basura por los rincones para armar una
evidencia inútil. Estiró las piernas por debajo del escritorio y se resignó a
mandar el expediente del caso Grünebaum al archivo.
https://www.jewishvirtuallibrary.org/jsource/images/Holocaust/Ziereis4.jpg
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