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"EL CUERPO EQUIVOCADO" - CAPÍTULO 5




                                    "Moebius strip" M.C. Escher. Digital Commonwealth

La cucaracha entró en el campo visual de Martello por el lado izquierdo: primero, las antenas temblorosas y después, una pata inquisitiva, tantearon el terreno. La audacia del bicho hizo que el comisario dejara el teclado para apreciar al ejemplar. Los misteriosos sentidos insectiles le dijeron a la cucaracha que podía avanzar por el borde del monitor sin correr riesgos inmediatos y se lanzó a una carrera impecablemente rectilínea. Martello la miraba con esa fascinación atroz que provoca lo monstruoso. Brillante, charolada, microcefálica de cuerpo desproporcionado y enorme, era digna de un museo de Ciencias Naturales.

Quién sabe si los escarabajos sagrados egipcios no serían cucarachas, fantaseó. Un bicho tan persistente, eterno receptor de los chancletazos de la Historia, al decir de García Márquez, el sobreviviente por antonomasia merecía la adoración de alguna secta oculta y subterránea. Esperó a que la Matusalén de las cucarachas se bajara del monitor para sacudirla del escritorio con un expediente y propinarle el correspondiente certero pisotón. El bicho hizo ruido a cáscara de huevo y una sustancia blancoamarillenta apestosa se esparció alrededor del ¿cadáver? ¿Cuerpo?

¿Los insectos tienen derecho a tener un cuerpo muerto o un cadáver?

Pateó los restos malolientes del bicho lejos de sí y volvió a la pantalla. "Las brigadas caninas de las SS"; "Brigadas caninas paramilitares nazis durante la 2° Guerra Mundial"; "Rangos e insignias de la Schutzstaffel (SS)". "Registro Nacional de Migraciones". Guardó las páginas en un disquete para seguir trabajando en casa. Eso había sido fácil. Lo que seguía, no tanto. Los Registros Civiles dan información, cierto, pero no así no más, no señor. Hay un procedimiento. Y aunque se trate de una investigación policial, el procedimiento debe cumplirse porque para eso está. El jefe-primero-de-dos-empleados-cadete de la oficina del Registro Civil de la ciudad había puesto la cara de culo reglamentaria ¿o procesal?— ante el pedido de informes.

— Va a tardar...

— No hay problema. Vuelvo cuando usted me diga.

— Y... Venga el viernes. — Era martes.

— Bueno. Hasta el viernes.

Y mientras tanto, podía hacer otro pedido de información al Registro Civil correspondiente al domicilio del juez Litvik. Por supuesto que más elíptico que el primero, simple y directo.

De vuelta del Registro, entraba a su oficina pensando en cómo formular el dichoso pedido de informes y se encontró con una manifestación de hormigas que descendía desde una rajadura en la pintura del techo y se apelotonaba formando una montañita viviente, allí en donde había estado la cucaracha.

La puta que las parió, ni que hubieran venido al velorio.

Pidió insecticida y cuando Bustos llegó con el tarro de aerosol y vio la escena, lo amonestó.

— ¡Pero jefe, cómo la va a matar en la oficina! ¿No ve que ni bien hay un poco de calorcito, las hormigas andan como locas? ¡Están desesperadas buscando comida!

— ¿Y qué quiere que haga, Bustos, que críe cucarachas para que no entren las hormigas a comérselas?

— ¡No, jefe, no! Tiene que abrir la ventana, nomás. Son de las voladoras. Se van y listo— aseguró Bustos con saber popular.

Ahora el piso de la oficina estaba regado de miguitas negras retorcidas, esparcidas alrededor de una cucaracha aplastada y a medio devorar. Pidió que alguien viniera a limpiar y miró la hora: tenía que encontrarse con del Río en las oficinas del canal de cable. Avisó que salía y que podían localizarlo con la radio o el celular.

 

****

Lo que pomposamente la secretaria de CableStar llamaba "despacho del señor director", era una pecera con cortinas "Miniband" y puerta-placa enchapada en imitación roble, con un rectangulito de bronce que señalaba el nombre y cargo de su ocupante. La secretaria abrió la puerta y le cedió el paso, mientras Lauro González — Martello ya había descartado el "del Río" — hablaba por teléfono haciendo gestos ampulosos.

Haciéndose el hombre de negocios importante. El viejo truco, ¿eh?

González cortó entre promesas de llamados y encuentros futuros y lo saludó.

— Tome asiento, comisario. Gracias por molestarse en venir hasta acá, pero tengo una agenda tan apretada...

Apretada debajo de las otras carpetas, querrás decir. Farabute.

El epíteto que Magda le había dedicado a González le pareció de lo más adecuado a la ocasión.

— Qué bueno que haya venido, comisario — González atacó sin avisar—. Me gustaría hacerle una nota sobre el operativo de prevención para la temporada que viene.

— Bueno, los comisarios regionales estamos terminando la planificación...

— Excelente — el otro interrumpió—. ¿Será posible un adelanto?

— Seguramente habrá un comunicado de prensa a nivel provincial....

— Pero sería bueno que la ciudadanía local esté en conocimiento tan pronto como sea posible...

— Estoy dispuesto a ofrecerle un panorama pormenorizado, relacionado con nuestra localidad. Debemos mantener informada a la población acerca de las medidas de seguridad, pero usted comprenderá que debo respetar el protocolo interno de la fuerza— se dio cuenta de que hablaba en tono "oficial" y no quería que el encuentro derivara para ese lado —. Mi visita de hoy tiene que ver con cosas más cercanas — casi dijo "inmediatas" y se contuvo a tiempo: no quería que González se sintiera presionado, no todavía.

— Bueno, lo escucho. ¿Tomamos un café?— González llamó a la secretaria mientras se arrellanaba en su sillón giratorio, que crujió y chilló debido a la edad. Parece que el sillón del director tiene reuma.

Lanzó una ojeada rápida y apreciativa al cubículo: el enchapado de los tabiques había conocido tiempos mejores; varias plaquetas de bronce grabadas adornaban las paredes y el polvo adornaba las plaquetas. La única ventana daba a un patio interior y recibía luz solar porque no había edificios más altos alrededor. El reloj en la muñeca de González no podía ser otra cosa que una imitación comprada en el Paraguay, nada más que porque González hubiera tenido que vender todo su imperio mediático para pagar el original. La secretaria con los cafés interrumpió la inspección ocular y Martello esperó a que la mujer saliera para iniciar su interrogatorio.

— Necesito verificar algunas hipótesis relacionadas con la muerte de Gaudet — el otro puso cara de circunstancias—. En particular las relacionadas con la causa por corrupción de menores.

— Gaudet había salido limpio de esa — González se apresuró a intervenir y a Martello no se le escapó el detalle.

— Mejor digamos que no pudieron presentarse pruebas suficientes en su contra — eso lo sabía por Litvik, que había hecho la instrucción.

— Gaudet no aparecía en los videos presentados como evidencia— aseguró González.

— Veo que conoce bien el caso...

— ¿Y quién no en esta ciudad? — se defendió el otro.

— Menos mal que lo conoce porque así iremos más rápido. Estuve revisando esos videos— González esbozó una sonrisita perversa y Martello le dedicó su mejor cara de culo—, junto con un especialista en evidencia fílmica. La conclusión a la que llegó el perito es que fueron editados y que se eliminaron escenas. ¿Se dice fotogramas, no?

— Eso es en cine, en 35 mm — la voz de González adquirió un tono seco.

— Gracias por la aclaración. El hecho concreto es que, otra vez de acuerdo con el perito, la edición fue hecha con tecnología adecuada. Quiero decir, no fue una edición casera tipo "Cortá ahí y empalmá con la escena del desfile", como una película de vacaciones en Disneylandia. Para la época en que se grabaron las escenas, no existían los programitas de computadora que permiten hacer una edición casera decente, ni había en la región estudios de grabación y edición de videos, salvo el suyo.

Dijo la última frase en tono casual pero González acusó el golpe. El rostro se le ensombreció hasta parecer que las cejas le avanzaban sobre los ojos, y la boca se le torció en un rictus violento.

— ¿De qué me está acusando, comisario?

  Mal puedo acusarlo por hechos de una causa cerrada. Lo que necesito es evidencia que me lleve al asesino de Gaudet. El crimen es de clara connotación sexual y Gaudet se caracterizó por sus enredos sexuales, por llamarlos suavemente.

— También tuvo problemas por negocios inmobiliarios. Se habrá metido con alguna mafia. Están apareciendo inversionistas inmobiliarios como hongos después de la lluvia y no todos son trigo limpio — González hablaba demasiado rápido, demasiado ansioso por desviarse del tema.

— Si se hubiera metido con alguna mafia inmobiliaria, la ejecución habría sido distinta.

La palabra "ejecución" resultó ominosa para el otro, que se hundió en el respaldo del sillón sin abrir la boca. Martello siguió golpeando en caliente.

Y ahí va un farol tamaño Faro del Fin del Mundo

— Y si no me equivoco, la muerte de Grünebaum también tiene relación con la de Gaudet, y por los mismos motivos.

A González se le ensombreció la mirada.   

— ¿Entiende porqué necesito saber la verdad? Si esos videos fueron editados, se eliminó evidencia. Pero si alguien más está al tanto de ese hecho y decidió a hacer justicia por mano propia, es imperioso que yo sepa qué pasó para evitar el próximo asesinato.

No había dudas: González estaba blanco. Y distraído, porque de otro modo, el "instinto periodístico" del que tanto alardeaba debería haberlo lanzado de cabeza detrás de semejante adelanto de las crónicas policiales. Pero no: el director de CableStar estaba más que moderadamente asustado y no tenía tiempo para sutilezas. Ante lo cual el comisario Martello, a la cabeza del interrogatorio, debía deducir que González había hecho algo más que editar las grabaciones.

Así que sos otro de los hijos de puta que participaban en las joditas.

 Hubo una pausa incómoda.

— ¿De veras cree que lo de Grünebaum...? — González separó y juntó las manos buscando las palabras.

Martello asintió de un cabezazo. Y que Dios me perdone las mentiritas blancas.

Más silencio incómodo por parte de González: no quería darse por vencido tan fácilmente.  Martello tenía que ofrecerle a la rata una salida honorable.

— No me interesa reabrir una causa cerrada y archivada, sobre todo porque no creo que a nadie en esta ciudad quiera revolver el pasado. Excepto al asesino, claro. Pero si consiguiera, no digo las imágenes, pero sí las identidades de los que quedaron fuera en aquella ocasión, me serviría para poder prevenir futuras acciones del criminal.

Ahora hablo como el Jefe de Policía.

Era lo que González estaba esperando. Demostró algo torpemente su habilidad mediática.

— Puedo... tocar algunos contactos. Esa edición que usted menciona podría haberse hecho en la capital. Conozco a varios técnicos de los canales que podrían estar al tanto...No sé, pasaron unos años...Veré qué consigo.

Martello lo miraba sin hacer un solo gesto. Ambos sabían que González mentía pero mantuvieron las formas hasta el final.

— Se lo voy a agradecer infinitamente — le tendió la mano y la del otro estaba húmeda cuando se la apretó —. Tan pronto como tenga algo, llámeme. A mi celular, no a la regional.

González se relajó: al parecer, no iba a quedar pegado.

Estás pensando cómo hacer para que te crea que vos no estuviste en las Olimpíadas Pedófilas. Bueno, rompete la cabeza pensando, cucaracha.

Cuando llegó a la Regional, suboficiales y agentes rasos estaban en medio de un enfrentamiento con un grupo de malvivientes camuflados de hormigas, que habían copado el edificio ingresando por los tomacorrientes y grietas del techo y el suelo. Un comando en el baño estaba siendo combatido con resultados dudosos. El olor a plaguicida lo hizo estornudar.

 

                                  "Perfume"- M.C.Escher - Digital Commonwealth

****

 Martello salió del Registro Civil después de haber saludado a media docena de vecinos que estaban tramitando documentos de identidad vencidos o extraviados, partidas de nacimiento declaradas años más tarde, o que simplemente venían a tomar mate con los empleados de la oficina pública.

Todavía me saludan. No está tan mal.  

Al comi anterior lo habían cambiado de zona — "reasignado comisiones", de acuerdo con el comunicado de la jefatura — luego de algunas maniobras dudosas con los fondos de la Cooperadora Policial, formada por vecinos de la ciudad que habían confiado el manejo de esos fondos al jefe regional. Eso sí: de hacer aparecer la plata, ni hablar.

Desde su celular llamó a la oficina del Registro Civil de la localidad de Litvik y después de una espera de seis minutos, le dieron la información que había pedido. Las manos le hormigueaban de excitación cuando se sentó al volante y enfiló para lo de Wassermann.

El veterinario estaba solo, hojeando un vademécum. Martello no hubiera podido jurar que el otro se alegraba de verlo. Se saludaron con educación.

— Doctor, ¿le molesta si paso un segundo a su consultorio?

— Adelante — le respondió Wassermann, más curioso que irritado.

El comisario señaló el título de médico veterinario enmarcado y colgado de la pared.

— Su apellido se escribe con una sola ene.

— ¿Y?

— Que usted se presenta como Wassermann con dos enes — el otro lo miró inexpresivo—. Por lo que sé, las dos enes indican origen alemán, y la ene sola, judío.

— No entiendo cuál es el problema con las enes, comisario.

— El  juez de instrucción de este caso es Litvik— insistió sin responderle.

— El doctor Rubén Litvik.

— Es judío.

— Comisario, lo suyo suena muy desagradable y muy antisemita. Y le aclaro que si uso dos enes en mi apellido es precisamente para evitar que en este lugar me miren como a sapo de otro pozo. ¿Conoce a muchos judíos por aquí? Seguro que no. Hay descendientes de indios, españoles, italianos, alemanes, suizos... hasta siriolibaneses. Pero judíos casi no hay. Sin esa ene de más, posiblemente mis clientes de apellido suizo o alemán no pasarían por la puerta de mi local, y ni hablar de los "turcos". No soy un fanático de la sinagoga pero tengo una familia que mantener, hijos en la facultad...

— Le ruego me disculpe, no quise ofender su sensibilidad. Nada más me limito a encontrar relaciones. Es mi trabajo, ¿sabe?, relacionar situaciones que a veces parecen no tener nexo entre sí. Por ejemplo, durante la investigación encontré que las familias de Litvik y la suya vinieron de Europa casi al mismo tiempo.

— Después de la guerra vinieron muchas familias judías.

— Los Litvik se radicaron en esta provincia desde su llegada. Usted y su familia vinieron desde Buenos Aires hace unos cuatro años.

— Acá se vive más tranquilo.

— Sus hijos volvieron a estudiar a Buenos Aires.

— Viven con mi madre. Es muy mayor y la verdad, la atención médica de allá es mejor. Los chicos la acompañan y la bove tiene alguien de quién ocuparse,— el veterinario sonrió por primera vez.

— ¿Y su padre? — preguntó Martello con inocencia.

— Murió en un campo en Polonia.

No hacía falta preguntar qué clase de campo y Martello no lo hizo, pero se tomó el trabajo de aclarar que los padres de Litvik habían muerto en un campo austriaco, y que Litvik había llegado al país con sus tíos paternos. Wassermann sacudió la cabeza con resignación.

— Yo nací acá. Mi madre vino embarazada. Soy hijo único.

El trabajo de ablande estaba hecho: ahora había que empezar a golpear y Martello se tiró de cabeza.

— Doctor, mi visita es personal. Necesito aclarar algunos puntos acerca de la muerte de Grünebaum que todavía me preocupan — el otro abría la boca pero lo contuvo con un gesto—. El caso está cerrado, pero tengo algunas preguntas. Estuve averigüando sobre los efectos de ciertas hormonas en los animales. Por ejemplo, a los machos se les da estrógeno a modo de castración química o cuando se vuelven agresivos.

— Así es.

— Y el opuesto del estrógeno es la testosterona. O sea que si se le da testosterona a un macho, lo vuelve más agresivo que lo normal. Con una dosis suficientemente grande o varias pequeñas pero continuadas, el animal puede volverse ingobernable.

 — Cierto.

— Y los frascos de hormona inyectable son indistinguibles de los de vacunas.   

— No si uno sabe leer, comisario — rebatió Wassermann con ironía.

— Ah, pero yo no me refería a alguien que no supiera leer o que no conociera el contenido de los frascos, sino a alguien que supiera lo que estaba haciendo, frente a un cliente que confía en el veterinario de sus mascotas favoritas.

 El otro permaneció impasible.

Hijo de puta, ¿tenés sangre de pato?

— ¿Sería posible, me pregunto, que un profesional le administrase a un animal una medicación, no digo errada, sino diferente a la que dice que utilizará? — Martello insistió.

— Comisario, está preguntando una gansada. Si un profesional de medicina humana o veterinaria falsea la utilización de una medicación, bueno, estamos ante un delito.

— Exactamente.

Se miraron y Martello vio en los ojos del otro la omnipotencia que da la impunidad. Wasermann habia encontrado la manera de cometer el crimen perfecto y se había tomado su tiempo para hacerlo. Había buscado a su víctima y había esperado con paciencia de araña a que Grünebaum cayera en la tela que le había tejido durante cuatro años.

¿Cuatro o sesenta? Toda una vida para encontrar al asesino de tu padre y del resto de tu familia no está tan mal, si al final lo agarrás. Pero, ¿justicia por mano propia?

Martello bajó los ojos primero.

— ¿Alguna vez se equivocó al tomar un frasco? Involuntariamente, claro.

— Siempre leo las etiquetas. Son de distintos colores, de acuerdo al contenido. Si quiere puede revisar mi stock de inyectables— y abrió una heladera llena de cajas con ampollas de distinto tamaño.

— No hace falta, le creo.

Estiró una mano y tomó una caja llena de frasquitos con etiquetas rojas: "Progesterona animal. Apto para caninos únicamente. No utilizar en felinos. Prohibido su uso en humanos". "Laboratorios Sabra-Fuchs, especialidad en hormonas veterinarias". Las demás cajas contenían vacunas, la mayoría, importadas. Los antibióticos estaban en la vitrina.

Cruzó miradas con Wassermann y observó la nuez de Adán del tipo subir y bajar. 

Sos un turro brillante, Wasserman con una sola ene, pero no te puedo poner las manos encima. No tengo con qué. Y después de todo, no sé si quiero. La eterna dicotomía entre el querer y el deber...

— Le agradezco su tiempo, doctor.

— No tiene porqué, comisario.

 ****

 Martello volvió a la regional y cuando llegó, pidió que no lo molestaran. Cargó los archivos del pendrive y leyó hasta que le dolieron los ojos. El grado de Hauptsturmführer era de capitán, pero no del ejército alemán, la Wehrmacht, sino de las Waffen-SS.  Tropas especiales SS habían utilizado perros para controlar los campos de prisioneros y había reportes de muertes causadas por los animales, a las órdenes de sus dresseurs, oficiales con especial aptitud para el entrenamiento y manejo de perros de guerra.

 "Grünebaum" era un toponímico que significaba "árbol verde", y "Grünwald", "bosque verde". Había montones de casos de cambio de apellido al llegar al Hotel de Inmigrantes, a finales de los '40. A eso había que sumarle los que llegaban con pasaportes adulterados que nadie se ocupaba de verificar.

Los árboles no dejan ver el bosque, sonrió sin ganas.

Los laboratorios Sabra-Fuchs exportaban, entre otros países, a Israel.

La finada tía del juez Rubén Litvik, Bertha, matriarca de la familia, fallecida a los noventa y ocho años, tenía por apellido de soltera Silverberg. El mismo apellido que la señora Clara Silverberg viuda de Wasserman.

Había hecho un meticuloso trabajo de hormiga, buscando basura por los rincones para armar una evidencia inútil. Estiró las piernas por debajo del escritorio y se resignó a mandar el expediente del caso Grünebaum al archivo.

                             

     https://www.jewishvirtuallibrary.org/jsource/images/Holocaust/Ziereis4.jpg

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